14 de abril de 1829
Tras las masacres perpetradas por los ejércitos federal y guatemalteco en Honduras en 1827, el general liberal hondureño Francisco Morazán hace prisioneros a las autoridades federales y estatales en la Ciudad de Guatemala.
El escritor Federico Hernández de León, en su obra «El Libro de las Efemérides» relata claramente la composición social de Centroamérica a principio de la vida independiente y las razones por las que las rivalidades entre los criollos aristócratas y los criollos liberales eran irreconciliables. A continuación reproducimos el relato que hace sobre los hechos ocurridos en la Nueva Guatemala de la Asunción, entonces capital de la República Federal y del Estado de Guatemala, tras la invasión del general liberal hondureño Francisco Morazán:1
Vida en Centroamérica tras la independencia:
«En Centroamérica se vivía en un reino; las costumbres y las castas eran imitaciones de las peninsulares; se traían de allende el Atlántico las virtudes y los vicios; las tendencias y las aspiraciones; los prejuicios y los anhelos: de esta suerte, el afán de crear una nobleza se compaginaba con el espíritu de la época. Hoy nos parece pueril tal afán; pero para aquellos días, era una obligada resultante. Y ya que no hubo procer capaz de dejar su simiente bajo el dombo de nuestro maravilloso cielo, los criollos que se veían en una situación económica desahogada, buscaron la manera de crear su aristocracia y de allí se originaron ‘las familias‘.
Y la consecuencia se perfiló desde luego: una lucha de castas se fomentó, y en los instantes de las resoluciones reventaron las animosidades mantenidas. A la hora de la independencia, los miembros más salientes de las familias fueron corifeos de la obra redentora y la firma de don Mariano de Beltranena es la que se sigue a la del pérfido Gaínza, en la famosa acta del 15 de septiembre de 1821. El señor de Beltranena era por entonces un hombre cuarentón, abogado de los tribunales, que había pertenecido al Ayuntamiento y al consulado de comercio e integraba la diputación provincial. Su dicho en los instantes solemnes de la independencia tenía un peso decisivo. Y ya que me refiero en el presente capítulo a la muerte política, de don Mariano de Beltranena, debo decir que éste tuvo un gesto de noble altivez, que habrá de servir como un ejemplo a imitar, por los ciudadanos que se encuentren en casos similares. Que al fin y al cabo los vencedores militares podrán abatir los cuerpos, pero jamás podrán llegar al espíritu de los hombres dignos.
Triunfo de Morazán:
Véase también: Guerra Civil de Centro América
Entró el general Morazán en la plaza de Guatemala el 13 de abril de 1829, después de firmarse la capitulación, por la cual el jefe vencedor garantizaba las vidas y los bienes de los sitiados. Las tropas invasoras no pudieron ser detenidas y consumaron toda suerte de tropelías. Asaltaron las casas de los principales ciudadanos, se cometieron robos y asesinatos y durante muchos años se conservó el recuerdo de las infamias consumadas. La casa de Beltranena fué blanco de la barbarie: se rompieron las puertas y se realizó toda suerte de infamias.
Sin embargo, aquel mal se soportaba, como una consecuencia de la indisciplina de las tropas. Pero al día siguiente de ser ocupada la plaza, se citó a un número de vecinos distinguidos, entre los que se encontraba el presidente de la República en receso, don Manuel José Arce, el vicepresidente en ejercicio del poder don Mariano de Beltranena, el jefe del Estado de Guatemala, don Mariano de Aycinena, los Ministros de la República y del Estado y otras altas individualidades de la política y la administración.
Cuando todos estos ciudadanos se encontraban en una sala del palacio, a donde llegaran obedientes al llamado, amparados por los artículos de la capitulación y ajenos a toda acechanza, trajeados con sus vestidos de etiqueta, se presentó un oficial y, sin andarse con muchos requilorios, les hizo saber que quedaban presos en virtud de haber roto la capitulación el general Morazán…» Fueron sacados y, puestos en medio de filas de gente armada, trasladados a los cuarteles y prisiones. Muchos se imaginaron que había llegado el último momento. Hubo quiénes pidieran confesores y que se les permitiera testar. ‘Las familias’ se alborotaron y, desde luego, con los antecedentes conocidos, calcularon la inmensa tragedia que iba a desarrollarse.
Carta de Beltranena a Morazán:
Véase también: Mariano de Beltranena
En aquellos momentos trágicos, don Mariano de Beltranena permaneció altivo, sereno, con la fuerza que da la seguridad de la propia obra. Y requiriendo recado de escribir, formuló la siguiente protesta, redactada en un tono de suprema dignidad. Dice así:
Hallándome en el palacio nacional el día de ayer con los Secretarios del despacho, dedicado a los asuntos del Gobierno, fué ocupada la capital de la República por las fuerzas de los Estados de Honduras y El Salvador, después de haber capitulado la guarnición que la defendía.
El Secretario de Estado dirigió inmediatamente por mi orden mía comunicación al general de dichas fuerzas, en solicitud de que le informase si el Gobierno podía considerarse libre y expedito en el ejercicio de sus funciones; y habiéndosele contestado que desde el momento de la ocupación de la plaza debían de cesar de funcionar todas las autoridades que existían en ella, repuso el Secretario de Estado : que el Gobierno se abstendría de todo acto gubernativo, cediendo al imperio de las circunstancias.
Durante estas comunicaciones, el coronel J. Gregorio Salazar me comunicó de palabra orden de prisión y también la intimó al Secretario de Estado.
Fui arrancado en unión suya del palacio del gobierno, para ser conducido a un cuartel por el mismo jefe y por un oficial subalterno.
Se ha violado en mi persona la suprema autoridad de la nación, y se ha ultrajado al pueblo centroamericano. Yo solo puedo responder de mi administración y de mi conducta a sus representantes: la ley fundamental que lo prescribe ha sido hollada por el poder de las armas.
Yo protesto solemnemente contra la ilegalidad y contra la violencia de estos procedimientos.
En el cuartel de mi prisión, a 14 de abril de 1829.
(f.) M. Beltranena
(f.) El Secretario de Estado y del despacho de relaciones interiores y exteriores, justicia y negocios eclesiásicos, (firmado) J. F. de Sosa.1
Expulsión de los aristócratas:
Véase también: Morazán expulsa a los aristócratas
El encono político detuvo en las cárceles al señor de Beltranena: de la presidencia de la República de Centro-América había pasado a una celda de presidiario. El señor don Manuel José Arce y don Mariano de Aycinena, se dirigieron al cabo, al general Morazán pidiéndole gracia en su infortunio. Morazán los oyó al transcurso de los meses, los puso en libertad y les expatrió con la condición precisa que no podían ocupar ningún terreno de Centro-América ni de México; el buque los llevó a Nueva Orleans. En tanto don Mariano de Beltranena permaneció sereno, expuesto a las acometividades seguras y, cuando obtuvo la libertad, salió para la Isla de Cuba en donde murió, sin querer volver a la patria. Aún después de haber triunfado los conservadores y a pesar de las continuas insinuaciones para que volviese, el señor de Beltranena se mantuvo en el exilio.»1